Durante décadas, la idea de que las diferencias fundamentales en la estructura del cerebro explican las disparidades en el comportamiento entre hombres y mujeres ha circulado ampliamente, desde debates casuales en las redes sociales hasta libros de divulgación científica. Pero una mirada más cercana a la neurociencia revela un panorama mucho más complejo, en el que las generalizaciones radicales se desmoronan bajo el escrutinio.
Una investigación reciente, presentada en Neurociencia 2025 por la neuroendocrinóloga Dra. Catherine S. Woolley de la Universidad Northwestern, desafía la idea simplista de que las distintas diferencias cerebrales se alinean claramente con los rasgos de comportamiento. Si bien las observaciones iniciales podrían sugerir variaciones en el tamaño o la densidad del cerebro entre sexos, estas diferencias son a menudo numerosas, bidireccionales y, críticamente, pequeñas.
El problema central radica en extrapolar demasiado rápido. Pasar de las diferencias cerebrales observadas a las supuestas consecuencias conductuales es un enfoque erróneo. Por ejemplo, afirmaciones anteriores de que los cerebros masculinos eran “nativamente” más adecuados para los campos STEM han sido completamente desacreditadas. La realidad es que los cerebros humanos son un mosaico de similitudes y diferencias, y la mayoría de las variaciones son estadísticamente insignificantes.
La inmersión más profunda: de lo macro a lo micro
El Dr. Woolley explica que las distinciones significativas sólo surgen cuando se examina el cerebro a nivel molecular. Incluso entonces, estas diferencias a menudo se obtienen a través de medios artificiales, como la estimulación química en experimentos de laboratorio. Esto sugiere que atribuir comportamientos humanos complejos a diferencias inherentes en el sexo del cerebro es, en el mejor de los casos, prematuro.
Las influencias hormonales se citan con frecuencia como un diferenciador clave, pero la verdad es que las hormonas desempeñan un papel importante en el desarrollo del cerebro tanto masculino como femenino. La testosterona, por ejemplo, ejerce efectos poderosos sobre la estructura y función del cerebro en los hombres, tal como lo hacen el estrógeno y otras hormonas en las mujeres.
El entrelazamiento del sexo y el género
El punto más crítico, sin embargo, es que cualquier discusión sobre las diferencias de sexo en el cerebro debe reconocer el vínculo inseparable entre el sexo biológico y el género social. Ponemos sobre la mesa supuestos culturales profundamente arraigados, dando forma a la forma en que interpretamos los datos cerebrales. Las mismas preguntas que hacemos y las conclusiones que sacamos están teñidas de nociones preconcebidas sobre los roles de género.
Consideremos los doctorados en neurociencia: hasta principios de la década de 2000, los hombres recibían la mayoría de los títulos de doctorado en este campo (aproximadamente 60/40). Pero alrededor de 2005, la tendencia se revirtió y ahora las mujeres reciben más doctorados en neurociencia. Este cambio no se debió a cambios repentinos en la estructura del cerebro. Más bien, reflejó cambios sociales y culturales más amplios que crearon mayores oportunidades para las mujeres en STEM.
La conclusión clave es simple: cuando nos enfrentamos a afirmaciones seguras que vinculan el comportamiento con las diferencias cerebrales entre sexos, recordemos que nuestra comprensión sigue siendo incompleta. No estamos ni cerca de un punto en el que se puedan sacar tales conclusiones con certeza.
La ciencia es clara: lo que creemos saber sobre las diferencias cerebrales a menudo está entrelazado con suposiciones y malentendidos. Es esencial adoptar un enfoque más cauteloso y matizado.






















